martes, 9 de noviembre de 2010

10 de Noviembre Natalicio de Andrea Evangelina Rodríguez

Seria imperdonable dejar pasar por alto a las presentes y futuras generaciones, el legado  de Evangelina Rodríguez, primera mujer Dominicana Graduada en Medicina. Andrea Evangelina Rodríguez Perozo nació el diez de noviembre de 1880 en San Rafael del Yuna, San Pedro de Macoris,hija de Evangelina Rodríguez . Poeta, narradora y médica. Hija de Ramón Rodríguez y Felina Perozo. Nació en Higüey, pero desde los seis años de edad su abuela Tomasina Suero, motivada por la prosperidad económica de San Pedro de Macorís en las primeras décadas del siglo XX, la llevo a vivir a esa ciudad. Allí hizo sus estudios primarios y secundarios en el Instituto de Señoritas bajo la tutela de la destacada educadora Anacaona Moscoso. Luego, en Santo Domingo, recibió en 1902 el título de Maestra Normal, iniciándose como profesora en la capital dominicana, donde llegó a dirigir la Escuela Normal de Señoritas en el 1907. En 1903 ingresó a la Facultad de Medicina de la Universi-dad de Santo Domingo. Al graduarse de doctora en Medicina en 1911, se convirtió en la primera mujer dominicana en obtener un título de médico en República Dominicana. Ejerció la medicina en San Pedro de Macorís hasta 1920 cuando decidió cursar estudios de especialización. Con el poco dinero que pudo reunir con la práctica de la medicina y con la ayuda económica de su pro-tectora Anacaona Moscoso, se trasladó a París, allí se especializó en obstetricia y ginecología (1921-1925) en el hospital Broca y en la Maternidad Baudelocque, respectivamente.
 A su regreso a San Pedro de Macorís puso sus conocimientos al servicio de las clases más necesitadas. Con ese propósito fundó un centro para el control de enfermedades venéreas, organizó el club de madres Gota de Leche para ayudar a las madres necesitadas a criar a sus hijos, propuso la enseñanza de la educación sexual en las escuelas dominicanas, sugirió métodos de planificación familiar y creó un servicio de obstetricia para exámenes prenatales y postnatales. Su espíritu progre-sista, revolucionario y soñador fue un desafío para los profesionales de la medicina y para los in-telectuales de su época, quienes la consideraban como una “loca”. El advenimiento del régimen de Trujillo en 1930, cuya política contrastaba con sus proyectos científicos, humanitarios y, sobre todo, con la libertad del ser humano, la motivó a desplazarse por las calles San Pedro de Macorís a pro-testar contra las atrocidades ordenadas por el dictador dominicano. Según su mejor biógrafo, el siquiatra Antonio Zaglul, esa conducta le permitió a sus compueblanos “confirmar su locura”. A partir de entonces, como explica Tomás Báez Díaz en Trilogía: la mujer aborigen, la mujer en la colonia, la mujer dominicana,  “incomprendida por el medio que la circundaba, abandonó el pueblo e inició una interminable peregrinación por colonias agrícolas y bateyes ofreciendo atenciones médicas a los necesitados y alfabetizando a la masa campesina”. Murió de esquizofrenia. El olvido, la ingratitud y la indiferencia la han acompañado más allá de la muerte: de la calle que rinde homenaje a su memoria desapareció el rótulo que fue retirado para enmendar el nombre mal escrito. Nunca ha sido repuesto y la vía lleva más de un año sin identificar. Por lo demás, a la meritoria y ejemplar dama sólo se le recuerda como la primera mujer médico dominicana sin resaltarse los valiosos aportes que ofreció al país, los programas que introdujo, aun vigentes, y la inestimable labor social, cultural y patriótica que desempeñó.

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